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miércoles, 30 de diciembre de 2015

Stoker

Lo que la familia esconde

por Alejandro Arrabales



Park Chan-Wook la ha vuelto a hacer. Los que seguimos los proyectos de este aclamado director surcoreano, hemos aprendido a lidiar con lo delirante; pero también, y sobre todo, a evitar caer en el limbo del escándalo fácil ante las narraciones que nos brindan sus metrajes, tan abruptas como desprovistas de un fin último del que sujetarse.

Stoker (Park Chan-Wook, 2013) sigue la estela de otras historias del mencionado cineasta, como viene a ser, principalmente, su recurrente trilogía de la venganza, trilogía en la cual sobresale su magnífica Old Boy (2003), de la que ya tuvimos ocasión de hablaros. Y ello lo materializa haciendo gala del envoltorio típico de todas sus creaciones; esto es, presentándonos relatos rocambolescos y personajes desquiciados, que causan en el espectador una especie de sensación encontrada, a caballo entre el rechazo más hondo y la curiosidad más morbosa.

Sumergiéndonos de lleno en este pozo sin fondo de emociones, nos hallamos ante una familia sumida en la más aciaga desgracia, y ello debido a la pérdida de la figura paterna (Dermot Mulroney). Tras la terrible muerte del hombre, quedan viviendo en el hogar familiar la impasible  hija adolescente, India (Mia Wasikowska), que acaba de cumplir 18 años, y la  bella y desolada madre (Nicole Kidman). Sorpresivamente, en el funeral aparece el tío Charlie (Matthew Goode), cuya existencia era desconocida hasta entonces para India, y cuya llegada ocasionará un aluvión de revelaciones y sucesos fatales para el dúo de féminas.

Como es costumbre en el cine de Chan-Wook, esta fábula macabra destaca más por sus artificios formales y por sus florituras de encaje que por  un fondo sustancial que la dote de sentido. Efectivamente, el espectador que trate de sonsacar un doble mensaje a la sucesión (i)lógica de secuencias, no encontrará más que una insana sensación de impotencia. En este sentido, a lo largo del film se presentan momentos de una poética muy sutil y efímera, si bien ello únicamente en el plano visual que, no obstante, deja un regusto final más agrio que dulce.

La faceta interpretativa, por su parte, es uno de los aspectos más destacables de este film. Es difícil no reparar en el semblante imperturbable y apático de India, una constante de principio a fin de la narración, pero que a su vez esconde, como si de una “matrioska” se tratara, una profundidad emocional blindada de forma inspiradora, combinación que se deja ver notablemente al trasluz. Y qué decir del carácter tan oscilante y de vaivenes imprevisibles de la madre, dramatizado de una forma correcta por Kidman. Pero si hay algo que ha calado en las entrañas de un servidor es el personaje del tío Charlie; en pocas ocasiones una sonrisa me había causado tanto pavor como la mostrada por Goode, que logra encarnarse en su papel de sujeto desprovisto de valores morales. Sin olvidar las tensiones psicológicas (e impulsivas) generadas en la interrelación de este trio protagonista, en una puesta en escena que no peca de sobriedad.

Eso sí, qué magnífica es la fotografía del film, de la mano de Chung Chung-hoon. Es uno de los mayores atractivos de este proyecto y, en mi humilde opinión, el motivo causante de que nos sometamos a la ensoñación de esta visceral locura cinematográfica. La banda sonora tampoco tiene desperdicio, de la mano de Clint Mansell, con cortes evocadores y sinuosos, como el sugerente “Summer Wine” de Nancy Sinatra y Lee Hazlewood.

En definitiva, Stoker no es un thriller al uso ni tampoco una narración convencional. Es más, no cabe duda de que traza una nueva forma de hacer y de ver cine, y lo hace desdibujando los contornos de la cordura y de la lógica, e invitando al espectador a adentrarse en el terreno hostil de lo imposible. 


 Estados Unidos. 2013. T.O.: Stoker. Director: Park Chan-Wook. Fotografía: Chung Chung-hoon. Productora: Fox Searchlight Pictures // Scott Free ProductionsMúsica: Clint Mansell. Reparto: Mia Wasikowska, Matthew Goode, Nicole Kidman, Jacki Weaver, Dermot Mulroney, Lucas Till, Ralph Brown, Alden Ehrenreich, Phyllis Somerville, Wendy Keeling, Lauren E. Roman, Tyler Von Tagen, Judith GodrècheDuración: 98 minutos. Intriga. Thriller. Thriller psicológico. Drama psicológico. Familia.



viernes, 9 de octubre de 2015

Veinticuatro ojos



Miradas vendadas


Hacer una aproximación histórica, recrear escenarios momentáneos a través de la gran pantalla, no es tarea sencilla. Conseguir reconstruir personalidades que desborden sensaciones de temor, inquietud, pesar o esperanza idénticas o, si se prefiere, comparables a las que en su día vivieron los personajes encarnados, es una cumbre al alcance de muy pocos. 

El cine japonés no es extraño a esta consideración y, muy en especial, su generación perteneciente a la segunda mitad del pasado siglo. El compromiso que muestran los realizadores de la mencionada etapa con las experiencias vividas por su nación (en concreto, en las más oscuras décadas precedentes) es una de las características más llamativas de sus carreras fílmicas. 

Este es el caso de una de las películas que más reconocimiento ha obtenido por parte de la crítica nipona (y más recientemente, también de la occidental). Nos referimos a Veinticuatro ojos (Keisuke Kinoshita, 1954). En este film, Kinoshita realiza un magnífico retrato social, tanto de una comunidad sumida en los más hondos valores tradicionalistas, como del encuentro de la misma con los avatares del pensamiento más aperturista. Efectivamente, el argumento nos lleva a la vida de una pequeña isla llamada Shodoshima en la que impera un angosto ambiente rural y costumbrista, y nos relata las consecuencias que tiene la llegada de una joven y moderna profesora de ciudad, la señorita Oishi, con el propósito de impartir clases de primaria. Y he aquí uno de los aspectos más curiosos y llamativos del film y, en mi opinión, uno de sus grandes aciertos: la confrontación entre tradición y modernidad. Así las cosas, tan pronto como la profesora entra en escena, los recelos no tardan en aflorar entre los aldeanos, fruto de ese choque de "culturas" tan pronunciado en la sociedad del momento. 

Pero Kinoshita va más allá y profundiza en las raíces del contexto. A lo largo del metraje, la génesis del drama la va perfilando a través de sus protagonistas; Oishi y sus pequeños alumnos. Es entonces cuando la temática sitúa su centro de gravedad en dos puntos clave. Por un lado, la condición paupérrima en la que se ven obligados a vivir los habitantes de Shodoshima. Por otro, los ideales y el pensamiento que presidía el mundo nipón (un exacerbado amor por la patria y un desmedido sentido del "deber" y del honor). La articulación de ambos factores es un fascinante recurso, ya que, y como podemos observar, influyen de forma decisiva en el crecimiento de los niños y determinan sus elecciones vitales, hasta el punto de terminar por conducirlos a los más fatales destinos. 

A raíz de ello, los personajes son arrastrados a (sobre)vivir en las más trágicas situaciones familiares y personales, hecho que afecta de lleno a Oishi, la cual se ve invadida por un funesto sentimiento de impotencia al comprobar que sus inmejorables intenciones poco pueden hacer para solventar los dramas que se van sucediendo. Las interpretaciones al respecto rozan la excelencia. 

Quizás, uno de los puntos flacos de la película sea una aparente descompensación en el desarrollo de cada uno de los personajes. No obstante, el guión muestra una compacta construcción, a lo que se une el uso (a modo de estandarte) de un crudo realismo social, que sirve para enfatizar el relato y hacernos partícipes del mismo. 

Sin duda, el sórdido mensaje que quiere transmitir este film, de necesario visionado para todo amante del séptimo arte (y del arte en general), es ese grito que clama contra lo irracional, contra la barbarie que puede derivarse del "ideal". Kinoshita, al igual que sus coetáneos, infunde en sus creaciones un claro cometido contra el belicismo y el imperialismo militarista (una de las mayores lacras de la historia de Japón), contraponiéndoles la razón y la educación en valores. Y lo bello de la cuestión es que acomete dicha labor mediante un gélido golpe de viento. 




 Japón. 1954. T.O.: Nijushi no hitomi. Director: Keisuke Kinoshita. Fotografía: Hiroyuki Kusuda.  Productora: Shochiku Kinema Kenkyû-jo. Música: Chuji Kinoshita. Reparto: Hideki Goko, Hideko Takamine, Yukio Watanabe, Makoto Miyagawa, Takero Terashita, Kunio Sato, Hiroko Ishii, Yasuko Koike, Setsuko Kusano, Kaoko Kase, Yumiko Tanabe, Ikuko Kambare, Hiroko Uehara. Duración: 154 minutos. Drama, Años 20, Años 30. II Guerra Mundial, Enseñanza.


sábado, 19 de septiembre de 2015

Ma ma


"Se pasa de madre"



Tras cinco años desde su última película, Habitación en Roma, Julio Medem vuelve a la cartelera con un dramón lacrimógeno que no me acaba de convencer.  A diferencia de los temas presentes en films anteriores, entre los que se encuentran Ardilla Roja, Los amantes del círculo polar y Lucía y el sexo, entre otros, esta vez se ha decantado por explorar el universo de la mujer madre hasta la muerte y el amor por compasión. Una lástima que esta película, pese a destilar el buen gusto y la delicadeza que le caracterizan y pese a reivindicar la belleza y la fortaleza del sexo femenino (otro de sus rasgos distintivos), no esté a la altura del resto de su filmografía.

En efecto, desde el principio del largometraje se percibe el dramón que vamos a presenciar: Medem le da mucha importancia a la cuestión del cáncer y a la gran función de madre que ejerce la protagonista, Magda (Penélope Cruz), a la que no me la llego a creer para nada, ya que es un continuo quiero y no puedo. Si hubiese sido otra actriz os aseguro que me hubiese conmovido. Pero es que en muchos momentos tiene más cara de demente que de enferma de cáncer, y que su personaje tome decisiones ilógicas con tal de aumentar el drama no ayuda.

Por otro lado, me hace gracia el papel que interpreta Luis Tosar, ya que, a pesar de lo tópico-épico que resulta, el actor es capaz de desplegar una interpretación excepcional, haciendo gala (una vez más) de su versatilidad: lo mismo se mete en la piel de un preso o de un maltratador que encarna a un entrañable padre protector.

Otro personaje que no me acaba de encajar (y cuya actuación, en este caso, no le excusa) es el del ginecólogo de Magda, Julio (Asier Etxeandia) hoy conocido por la serie Velvet (2014) de Antena 3. Este es un frustrado cantante que no sabe cantar, puede parecer gracioso en un principio, pero acaba resultando ridículo. Por no hablar de la relación inverosímil que mantiene con la protagonista, puesto que rara vez un médico puede llegar a esos niveles de confianza con su paciente.

Para terminar, Medem también ha querido incrustar el personaje de Natasha, una niña angelical que fluctúa entre la fantasía y la realidad, ya que la presenta como un espíritu pero en realidad sí que existe. Y aunque esto puede sonar muy “Medem”, puesto que en otras de sus películas vemos personajes que se desdoblan o personajes que mueren en condiciones muy extrañas, en este caso no encaja por ningún lado.

En fin, está claro que el propósito de Julio Medem con esta película ha sido hacer un canto a la vida y un elogio a la maternidad y a la fortaleza de las mujeres, pero la forma y los personajes echan a perder lo que podría haber sido un gran film.





España. 2015. T.O.: ma ma. Director: Julio Medem. Guión: Julio Medem. Música: Alberto Iglesias. Fotografía: Kiko de la Rica.  Productora: Morena Films. Reparto: Penélope Cruz, Luis Tosar, Asier Etxeandia, Teo Planell, Silvia Abascal, Mónica Sagrera, Àlex Brendemühl, Ciro Miró, Jon Kortajarena . Duración: 111 minutos. Drama. Enfermedad


miércoles, 16 de septiembre de 2015

In the Mood for Love




De lo emocional, lo humano

Por Alejandro Arrabales




El romance es una temática un tanto atávica, como bien es sabido. Muchas han sido las historias en las que los personajes, aquejados de episodios trágicos y desoladores o, en fin, padeciendo la soga existencialista en sus vidas, acaban por descubrir el más alto símbolo redentor: el amor. No obstante, resultan curiosamente llamativas (tanto por su excelencia narrativa como por su presencia minoritaria) aquellas en las que los factores expuestos quedan articulados a la inversa; dicho de otra manera, ¿qué le sugiere al espectador el particular desenlace en el cual es el mismísimo amor el que descubre a los personajes? ¿Qué impresión merece que una emoción destape lo más recóndito de la entraña humana: su condición?

Sin duda, reflexiones de este calado emergen tras haber visionado un film como es In the Mood for Love (2000, Hong Kong). Wong Kar-wai nos presenta aquí una de sus más notables realizaciones, en la que ofrece una magistral lección acerca, no tanto del "qué contar", sino del "cómo" hacerlo. Una bellísima historia repleta de lirismo, que nos sumerge de lleno en la situación personal de los protagonistas: Chow, redactor de una publicación local, se traslada junto con su esposa a una vivienda situada en un edificio habitado, principalmente, por miembros de la comunidad de Shangai. Allí conoce a Li-Zhen, secretaria de una empresa de explotación, que vive junto con su marido en el mismo edificio. Hasta aquí todo parece transcurrir con plena normalidad. No obstante, ambos personajes irán descubriendo un terrible hecho que atañe a sus respectivos cónyuges, hecho que les impulsará a un destino común. 

No se trata de la única ocasión en la que el cineasta hongkonés hace gala de tan considerable maestría a la hora de materializar semejantes sensaciones. Pocos años después realizaría otro largometraje destacable dentro de su filmografía: 2046 (2004, Hong Kong). A diferencia de este último, In the Mood for Love no resalta tanto por los recursos metafóricos y el lenguaje literario, sino que más bien lo hace presentando una historia llana, pero no por ello desprovista de complejidades y de esa sensualidad casi mágica que fluye en las interacciones de los personajes. 

¿Y qué decir de las interpretaciones? Todo es poco a la hora de ensalzar lo sublime en términos artísticos. Tony Leung y Maggie Cheung logran "arrancarnos" de nuestros asientos para trasladarnos a su entorno, a su particular dimenión interna. Y es de esta manera como el espectador queda introducido bajo la piel de los personajes, compartiendo sus padecimientos emocionales y participando de sus quebraderos morales. Tanto es así que Leung puede vanagloriarse de haber conseguido el galardón al mejor actoren Cannes, gracias a su papel en este proyecto cinematográfico. 

Ahora bien, y en opinión de un servidor, uno de los mayores aciertos y atractivos que presenta esta obra (la cual evoca encanto por lo trágico) radica en lo sensual de la secuencia. Efectivamente, hay ciertos momentos del metraje en los que los planos ralentizados hacen su aparición, resaltando con fuerza la expresión dramática. Y ello gracias, todo sea dicho, a que los mismos quedan perfectamente acompasados por un notable trabajo de composición sonora (de la mano de Michael Galasso). 

En definitiva, Kar-wai puede congratularse por haber construido un drama sólido y compacto partiendo, eso sí, de una visión humanística (tanto del objeto como de los sujetos). El fin último al que llega esta circunstancia es doble: por un lado evita que los personajes caigan en el limbo de lo sensiblero; por otro, infunde en los mismos una merecida y necesaria condición de "dignidad", largo y ancho privada en los tiempos que corren. 



 Hong Kong. 2000. T.O.: Fa yeung nin waDirector: Wong Kar-wai. Música: Michael Galasso, Shigeru Umebayashi. Fotografía: Christopher Doyle, Mark Li Ping-Bing.  Productora: Block 2 Pictures, Paradis Films, Jet Tone Production. Reparto: Tony Leung, Maggie Cheung, Ah Ping, Rebecca Pan, Siu Ping-Lam, Liu Chum, Chin Chi-Ang, Chan Man-Lui, Yu Hsien, Chow Po-Chun. Duración: 95 minutos. Drama. Romance. Drama romántico. Años 60. Película de culto.


lunes, 31 de agosto de 2015

Blind



El encierro

por Alba Varón


“Comenzaré por algo simple, algo que han visto en innumerables ocasiones”. Al igual que las palabras pronunciadas al principio de la película por la protagonista (una enigmática Ellen Dorrit Pettersen), el director de Blind (2014), Eskil Vogt (guionista de la laureada Oslo, 31 de Agosto y Reprise), comienza acercándose a la historia de Ingrid de manera dispersa y elegante. Las sensaciones que nos propone experimentar nos atrapan desde el principio. El tacto de lo natural y lo puro, imágenes de hojas de roble se entremezclan con la textura de la voz pausada y reflexiva de Ingrid. Nos ha invitado a adentrarnos en su intenso viaje emocional desde que se quedó completamente ciega. Como ella, también tocamos las grietas de la corteza del roble que tocó por última vez. Rápidamente las imágenes se concentran en varios planos, recuerdos e ilusiones de su mente, que van acompañándonos hasta recluirnos en su nuevo apartamento. Hemos llegado sanos y salvos gracias a ella. Su lección ha sido aprendida. Hay que usar los recuerdos y tener cuidado de no tropezar. 

Después del monólogo del comienzo, el tono íntimo e individualista invade por completo la pantalla. La supuesta infidelidad de su marido le corroe tanto como le atemoriza. Para Ingrid, la calle es un lugar inseguro, lleno de peligros. Su lugar es el interior de la casa, allí está tranquila y solo tiene una sola conexión al exterior, la ventana que abre y cierra a menudo. Ella crea y cada cada creación también está recluida en un apartamento vacío, personas que deambulan sin aficiones ni alegrías. Las sensaciones de soledad y desasosiego causadas gracias al lenguaje visual (esos tonos pastel que nos recuerdan tanto a la estética Sudance) nos enmudecen y  aíslan casi tanto como a los solitarios personajes que van apareciendo en la película. Ella da rienda suelta a su imaginación y describe personajes nuevos que aparecen y desaparecen a su antojo, estos "juguetes" de Ingrid, seres solitarios de existencia vacía, encarnan sus miedos y temores. Es cierto que en algún tramo de la película el espectador puede sentirse confundido por los continuos cambios de espacios que acompañan a los personajes, pero esto no dinamita el seguimiento de la historia. Eskil Vogt juega con el espectador al igual que Ingrid se divierte creando y destruyendo una y otra vez sus propias tramas.

Pero la melancolía se dulcifica con la sensualidad, uno de los pilares más importantes que sustenta el film, el cuerpo desnudo de Ingrid pegado a la ventana de su apartamento simboliza la desaparición de su miedo a ser vista, ya no puede reconocer el ojo que le mira. Se libera su cuerpo mientras que se encierra su mirada. Lo percibimos todo como ella lo percibe y lo exageramos todo como ella lo exagera. Los moratones en las piernas y en la cara se intensifican en su imaginación y desaparecen en la realidad. 
Ingrid es todo un ejemplo de adaptación paulatina a una nueva circunstancia vital, la ceguera y toda una muestra de talento por parte de un nuevo director que habrá que seguir a partir de ahora.

Noruega. 2014. T.O.: Blind. Director: Pete Eskil Vogt. Guión: Eskil Vogt. Fotografía: Thimios Bakatakis. Producción: Lemming Film. Motlys. . Reparto: Ellen Dorrit Petersen, Vera Vitali, Henrik Rafaelsen, Jacob Young  Duración: 95 minutos. Drama

martes, 18 de agosto de 2015

Y de repente tú



¡Qué viva la monogamia!


por Daniel Molina.


Con la quinta temporada de Girls en filmación, en la cual ejerce de productor, Judd Apatow amplía su universo de comedia costumbrista contemporánea; esta vez, de la mano de Amy Schumer, quien firma y protagoniza el film en cuestión.

Precisamente, el centro sobre el cual orbita el relato no es otro que Amy (encarnada por la propia Schumer, que vuelve a demostrar su incontinencia corporal y su descaro ante la cámara), la mayor de dos hermanas antagónicas en su concepción de la vida conyugal. Además de su aversión al compromiso, su exacerbada verborrea plagada de sarcasmo incompasivo la define como la antítesis del personaje que debería protagonizar una película como esta. Quizá por ello sea tan  previsible como inevitable la aparición de Aaron Conners (un Bill Hader más contenido que en su paso por SNL, pero igualmente brillante), un médico deportivo transparente y cuya unidimensionalidad pasa desapercibida gracias al desborde de personalidad de la protagonista. 

Partiendo de esta base, expuesta en un hilarante prólogo, ideal para entonar el posterior desarrollo de la película; el guión demuestra lucidez en su capacidad de construir una narración orgánica, que aúne la evolución de los personajes con los numerosos y acertados gags, interpretados con la libertad inherente que Apatow otorga a sus actores.

Tal vez la historia naufrague en la aparición de ciertos personajes que no terminan de encajar y quedan en el intento, más bien fallido, de adornar al personaje encarnado por Hader o peque de ingenua en ciertos puntos, supeditando la credibilidad a cumplir la expectativa. No obstante, me quedo con el golpe en la mesa que supone para Schumer en la gran pantalla, un acierto más en la cuenta de un director en boga y sin aparente fecha de caducidad.


 Estados Unidos. 2015. T.O.: Trainwreck. Director: Judd Apatow. Guión: Amy Schumer. Fotografía: Jody Lee Lipes. Producción: Judd Apatow. Reparto: Amy Schumer, Bill Hader, Brie Larson, Vanessa Bayer, Colin Quinn, Tilda Swinton, John Cena. Duración: 125 minutos. Comedia. Drama. Comedia dramática.

domingo, 16 de agosto de 2015

Señor Manglehorn



Gran cerrajero



Menudo año nos está regalando Al Pacino. Tras La sombra del actor, el septuagenario se vuelve a meter en el rol que Clint Eastwood habría bordado hace diez años y calla la boca a todos aquellos que le acusan de histriónico, ofreciendo una interpretación contenida y potente. Así, David Gordon Green, quien ya concedió una oportunidad de redención a Nicholas Cage con su papel en Joe (2013), vuelve a dirigir un drama intimista aunque esta vez centrado en el tema de la soledad.

En efecto, nuestro cerrajero, un hombre en la senectud al que sólo le quedan su trabajo precario y su gata, sobrevive atormentado por el recuerdo de una mujer a la que dejó pasar para formar una familia con la que fue su esposa. Le escribe cartas y agota el último tramo con un ademán melancólico, despreciando la ayuda de aquellos que aún se preocupan por él y lamentándose de la decisión que tomó en su momento.

Pero el señor Manglehorn no siempre ha sido así. Entrenador de un equipo de béisbol en su juventud, sus antiguos alumnos le recuerdan con cariño, y aún conserva un cierto don para tratar con la gente. Es por eso que, a menudo, el plano se abre para mostrarnos en su cerrajería un mural con diferentes llaves, símbolo de las posibilidades que sigue ofreciéndole el futuro, pero a las que él da la espalda hasta que su gata se traga una y se ve obligado a abandonar su zona de (des)confort.

Y es que este suceso le obliga a renunciar a su ensimismamiento, a la misantropía defensiva de la que hace gala durante toda la película, para relacionarse con el mundo que le rodea y conocer a una entrañabilísima Holly Hunter, que le descubre que todavía es pronto para sucumbir y que su magia de antaño no está, ni mucho menos, agotada. En definitiva, se trata de una película pequeña, modesta, que se ocupa de un drama de un lirismo extremadamente humano, sin estridencias ni golpes en el pecho.



 Estados Unidos. 2014. Director: David Gordon Green. Guión: Paul Logan. Fotografía: Tim Orr. Productora: Worldview Entertainment / Dreambridge Films / Muskat Filmed Properties. Reparto: Al Pacino, Holly Hunter, Chris Messina, Harmony Korine, Natalie Wilemon, June Griffin Garcia, Sierra Scott, Kristin Miller White, Rebecca Franchione, Lara Shah. Duración: 97 minutos. Drama. Comedia. Cine independiente USA. Comedia negra

viernes, 14 de agosto de 2015

Les combattants




Sálvese quien pueda

por Davina Santos.



El fin del mundo está al llegar. Con esta premisa tan fatalista se abre la primera cinta de Thomas Cailley, que no sólo le ha merecido el premio FIPRESCI en el Festival de Cannes, sino que le ha permitido hacerse con nada menos que tres galardones en los premios César (los correspondientes a mejor ópera prima, mejor actor relevación para Kévin Azaïs y mejor actriz de reparto para Adèle Haenel, que los amantes del cine francés conocerán por haber protagonizado otro gran debut: el de Céline Sciamma, su pareja en la actualidad). Y es que lo primero que hay que destacar de la película son sus notables interpretaciones, merecidamente reconocidas por el jurado: la joven competía con nada menos que Juliette Binoche, Catherine Deneuve y Marion Cotillard, así que ya os podéis ir haciendo una idea del nivel que tiene la nueva musa de los Dardenne.

Por lo demás, no es de extrañar que esta película haya conquistado a la crítica y convencido al público. Construida a partir de la atípica historia de amor que se teje entre Arnaud, un adolescente sensible, inseguro y con escasas esperanzas en el futuro, y Madeleine, una joven obsesionada con ser autosuficiente y conquistar el futuro cogiéndolo por los cuernos, la película explota todas las posibilidades que el argumento le ofrece, apostando, al mismo tiempo, por un guión fresco, imprevisible, y por una banda sonora experimental que busca marcar un ritmo ágil antes que enfatizar emociones.

De esta manera, conforme abandonamos el primer acto, caracterizado por una comedia que recoge una acertada instantánea de las nuevas generaciones, incapaces de encontrar su lugar en un mundo asolado por la crisis, cambiamos de género para adentrarnos en una metáfora de la sociedad actual que dota a la película de un cierto carácter de fábula, sin por ello caer en simplificaciones que conviertan a sus protagonistas en adalides de nada. Así, el entrenamiento en un campamento militar permitirá a Madeleine (Adèle Haenel), experta en macroeconomía y en no necesitar a nadie, darse cuenta de que, fuera de su mundo de chalet adosado y piscina particular, no podrá salir adelante si se mantiene aferrada a su estricto individualismo.

La confirmación de esta idea, que se impone conforme avanza la película, se produce en medio de la naturaleza, la tercera protagonista de la película. Y es que la lucha por la supervivencia en un espacio libre de las restricciones a las que nos somete el sistema en el que vivimos descubre a los protagonistas que sin solidaridad, sin empatía, el mundo estaría perdido. De nada vale que estemos bien preparados si no somos capaces de colaborar, de tendernos una mano y de creer en los otros. Pero también es un canto de libertad enmarcado en una naturaleza imponente, una invitación a dejar de machacarnos (como Arnaud espeta a Madeleine) y a dejarnos llevar en un mundo marcado por las imposiciones. Desde luego, Thomas Cailley, con una película aparentemente tan liviana, tan alejada de las formas del cine pretendidamente “culto”, predica con el ejemplo, invitándonos a reflexionar desde el juego, con la humildad a la que obliga ser en un mundo que se cae a pedazos, en el que nada está escrito y todo es posible.


 Francia. 2011. T.O.: Les combattants. Director: Thomas Cailley. Guión: Thomas Cailley, Claude Le Pape. Música: Philippe Deshaies, Lionel Flairs, Benoit Rault. Fotografía: David Cailley.  Productora: Nord-Ouest Productions. Reparto: Kévin Azaïs, Adèle Haenel, Antoine Laurent, Brigitte Roüan, William Lebghil,Thibaut Berducat. Duración: 98 minutos. Comedia. Drama. Romance.