El ladrido de la desigualdad
Por Pablo Redondo
Galardonada en 2014 como mejor
película de la sección “Un Certain Regard” del Festival de Cannes y
seleccionada para representar a Hungría en los Óscar como película de habla no
inglesa, White God (Dios Blanco), es
una de esas producciones fílmicas (y artísticas) que no dejan indiferente al
espectador.
Los films de Kornél Mundruczó
acostumbran a desenvolverse en situaciones sociales artificialmente creadas pero
que representan de una forma singular realidades mundanas, dejando entrever
ciertas fallas de las estructuras sociales. En esta ocasión, el director
húngaro nos conduce a reflexionar sobre dos aspectos de la sociedad posmoderna
que, aunque aparentemente inconexos entre ellos, resultan ser consecuencia de
un mismo conjunto de normas y valores que configuran la manera en que ese
hombre blanco al que alude el título tiene de relacionarse con quienes
históricamente ha considerado inferiores: los grupos marginales, fuertemente determinados
por rasgos étnicos, y el medio ambiente, haciendo hincapié en los animales,
especialmente en los más presentes en nuestra vida cotidiana, los perros. De
esta forma, similarmente a como ya hizo, aunque con fines totalmente opuestos, la
multinacional Disney con la creación
de su conocido personaje de dibujos animados Goofy, se establece mediante la figura de Hagen, un dócil canino
cuya figura alude a la condición de sumisión del hombre negro ante el sometimiento
de la raza blanca, una relación de semejanza entre ambos colectivos
desfavorecidos.
White God aborda de una forma original estos dos conflictos
sociales, fusionándolos en una misma historia, la de Hagen, el cariñoso perro de
Lili, una joven preadolescente con padres divorciados que habita en una de las
numerosas metrópolis de nuestra sociedad. En esta ciudad, las políticas
restrictivas del Estado respecto a la posesión de animales, que penaliza a los
dueños de cánidos que no son de raza pura, está generando una fuerte
discriminación hacia los perros que no cumplen este requisito. A causa de ello,
Hagen y Lili son forzosamente separados, cayendo la mascota en el abandono. La
ausencia de su dueña le llevará a sumergirse en un gueto formado por perros de
su misma condición, instalado en los suburbios de la ciudad, representando el
comportamiento estereotipado y socialmente tachado como desviado que siguen los
habitantes más desfavorecidos de estos lugares olvidados para sobrevivir ante la
injusticia y la desigualdad social. De esta forma, Hagen atravesará una serie
de situaciones extremas, no aptas para el público más sensible (respecto a lo
que maltrato animal se refiere), con las que Mundruczó machaca al espectador
hasta hacerle estremecer, llamando a gritos a la reflexión sobre los derechos
animales y la relación que el ser humano mantiene con estos seres que nos acompañan en nuestro día a día, dotando a la
película de un profundo sentido animalista.
En esta ciudad figurativa,
configurada al puro estilo de Metrópolis
(1927), pero con una mayor complejidad étnica y cultural, el odio y la
humillación acumulada por los grupos marginales (de perros) estalla generando
una erupción social de gran intensidad que bien puede compararse al primer
estallido social de estas características que se dio allá por 1965 en el barrio
de Wats, en la ciudad de Los Ángeles, al afrontarse en la película como un
hecho novedoso (al ser protagonizado por perros) que deja al descubierto una
crisis social de la metrópoli posmoderna que hasta el momento permanecía
oculta en cierto modo. Al igual que sucede en la realidad con estos conflictos
violentos, el Estado trata de sofocarlos respondiendo con una represión que
incrementa la violencia del conflicto, como se demostraba en la rebelión de las
banlieues parisinas de 2005, que se
prolongó durante un mes. Es en este contexto en el que el film húngaro reclama
la importancia del diálogo para la resolución de conflictos, e incluso se atreve a
hacer un pequeño guiño al poder de influencia de la música, en el que se ha
depositado la confianza en numerosas ocasiones para llevar a cabo este
cometido, como en aquella emblemática ocasión en que, poco antes de estallar la
Guerra del Golfo, en un momento de máxima tensión internacional, los compases
de la canción Imagine, de John
Lennon, sonaron en la sala en la que se reunía el Consejo de Seguridad de la
ONU, aunque aquella vez la batalla estuviera perdida de antemano.
Finalmente, con la
resolución de este conflicto inmediato entre el ser humano y “su mejor amigo”,
culmina esta original y arriesgada película, cargada de un gran significado
social, pero que, a pesar de la firmeza que posee la parte de denuncia de su
argumento, flaquea en la historia paralela que vive la niña ante la ausencia de
su mascota, lo que ha zozobrado las posibilidades de que esta interesante pero no imprescindible obra húngara cosechara un mayor éxito que el logrado.
Hungría, 2014. T.O.: Feher isten. Director: Kornél Mundruczó. Guión: Kornél Mundruczó, Viktória Petrányi, Kata Wéber. Música: Asher Goldschmidt. Fotografía: Marcell Rév. Productora: Coproducción Hungría-Alemania-Suecia. Reparto: Zsófia Psotta, Sándor Zsótér, Lili Horváth, Szabolcs Thuróczy, Lili Monori, Gergely Bánki, Tamás Polgár, Károly Ascher, Erika Bodnár, Bence Csepeli, János Derzsi. Duración: 119 min. Drama. Terror | Perros
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