jueves, 30 de abril de 2015

La sombra del actor





Cuando la realidad supera a la ficción


A veces ocurre con las leyendas vivas que olvidamos que siguen entre nosotros. Me sucedió hace poco cuando vi el surrealista spot de Atresmedia en el que se anuncia el encuentro en el que participa Gorbachov: ¿pero este hombre sigue vivo? me pregunté, extrañada, y lo mismo me ha pasado con Al Pacino al enterarme de que iba a estrenar una nueva película: ¿pero sigue actuando? A pesar de ser admiradora suya, la verdad es que le había perdido completamente la pista. Por ello, consulté el buscador de Filmaffinity para ponerme al día y fue entonces cuando empecé a entender los motivos de su misteriosa desaparición: si repasamos su filmografía durante estos últimos años, hallamos poco más que un par de participaciones puntuales en comedias románticas como Una relación peligrosa (2003) y Jack y su gemela (2011) y numerosos intentos de volver a meterse en la piel de un tipo duro a través de papeles en películas de títulos tan altisonantes como mediocres: Apostando al límite (2005), Asesinato justo (2008), Tipos legales (2012)... Es por esto que pocos son los trabajos en los que ha colaborado Al Pacino en estos últimos años dignos de mención, exceptuando Descubriendo a John Cazale (2009), en la que es entrevistado con motivo del homenaje al actor que encarnó a Fredo, el eslabón más débil de los Corleone, y No conoces a Jack (2010), un telefilme que busco y disfruto de inmediato, aunque no sin antes percatarme de que el director es el mismo que el de La sombra del actor: Barry Levinson.

Este hecho, unido a su bajo presupuesto (la película fue rodada a lo largo de veinte días, buena parte de ella en la casa del propio Levinson), permiten colegir que se trata de un proyecto personal, llevado a cabo por un actor que no pasa por su mejor momento con la ayuda de un director que confía en él. Y, en efecto, baste ver la película para comprobar que Al Pacino, un apasionado del teatro, se emplea a fondo en esta adaptación de The Humbling (2009), la controvertida novela de Philip Roth en la que un actor, Simon Axler, sufre un bloqueo durante una actuación y se hunde en una terrible depresión, ingresando en una clínica para después aferrarse al ¿amor? de una lesbiana que bien podría ser su hija (o su nieta) para salir a flote, tanto a nivel profesional como personal, puesto que Simon es incapaz de separar el arte de la vida, de dilucidar entre la realidad y la ficción, como el propio espectador en las escenas finales.

Así, La sombra del actor, que Enric Albero ha calificado de “la cara B humilde ese single grandilocuente que es Birdman (2014)”, nos sitúa de nuevo frente a un actor a la deriva que ha sido fagocitado por el personaje que interpreta. Pero hay que evitar caer en la simplificación: no obstante su estructura en apariencia caótica y alguna escena que se diría cortesía de Iñárritu -esa en la que Simon ruega al portero del teatro que le deje pasar, intentando convencerle de que es el actor principal, para ser más precisos- La sombra del actor goza de entidad propia, en parte gracias a un brillante uso de la ironía y la comicidad que realza el componente dramático de la obra al mismo tiempo que rebaja la gravedad de la acción cuando esta corre el riesgo de sobrecargarse, manteniendo el ritmo a raya.

Dicho esto, es preciso subrayar la minuciosidad con la que Levinson plantea la relación entre el teatro y la vida, anticipada en la escena de apertura, donde una mano de pulso inestable graba a Simon recitando el segundo acto de Cómo gustéis, de Shakespeare (“All the world’s a stage, and all the men and women merely players…”) frente al espejo. De este modo, los personajes que rodean a nuestro protagonista conforman todo un abanico de figurantes que interpretan papeles que se han autoasignado: la compañera del sanitario mental, completamente perturbada, metiéndose en la piel del que podría haber sido el Bruno de Patricia Highsmith en Extraños en un tren, Greta Gerwig decidiendo ser una mujer “plenamente heterosexual” y dando rienda suelta a su fantasía infantil con el amigo de sus padres, Dianne Wiest creyéndose Sally Jupiter en Watchmen y encasquetándole al lastimoso protagonista el papel del Comediante… En fin, todos, tan histriónicos que en ocasiones confunden al propio Simon, ansían ser los protagonistas de la obra del siglo con sus pequeños dramas personales.

Por último, es de notar la excelente actuación de Al Pacino, capaz de oscilar entre una amplia variedad de registros con el fin de (re)interpretarse a sí mismo en tanto que juguete roto de la industria del cine, como ya hizo Gloria Swanson en El crepúsculo de los dioses (1950), de Billy Wilder. De esta manera, nuestro actor provoca a través de la asunción de la derrota por parte del personaje al que da vida su resurgir fuera de la pantalla ante los ojos del espectador, que no puede sino rendirse ante un final soberbio. En efecto, el Al Pacino maduro y consciente de su decrepitud que nos muestra La sombra del actor es el Al Pacino más exuberante y lleno de vida que hemos tenido la ocasión de apreciar en años, paradójicamente. Es por este motivo, principalmente, por el que merece la pena el visionado de esta modesta película, incluso (o, precisamente, en especial) para los escépticos de Birdman, entre los que me incluyo.



Estados Unidos, 2014. T.O.: The HumblingDirector: Barry LevinsonGuión: Buck Henry, Michal Zebede (Novela: Philip Roth)Música: Marcelo Zarvos, The Affair. Fotografía: Adam JandrupReparto: Al Pacino, Greta Gerwig, Dianne Wiest, Kyra Sedgwick, Charles Grodin, Dylan BakerProductora: Millennium Films / Ambi Pictures / Hammerton Productions. Duración: 112 min. Género: Drama. Teatro.

miércoles, 29 de abril de 2015

Felices 140



Puras carroñas
Por Alba Varón.


¿Pero qué clase de personas/amigos somos? Primera de las preguntas que plantea Felices 140, de la directora madrileña Gracia Querejeta. A esta debería sumarse otra ¿por qué la película que todo el mundo vende como el reflejo de la crisis española no me ha convencido?

Reparto de lujo en una película española: parada cinéfila obligada. ¿Qué mejor plan para el día de Santa Faz mientras todo el mundo en Alicante está por ahí de parranda resguardándose del diluvio del siglo? Uno de mis mejores amigos me comenta que quiere (se obcecó) verla para apoyar al cine español (disgustado por el éxito de taquilla de la nueva entrega de “Fast and Furioust 7”). En seguida me uní al plan.

Siguiendo la temática de “las bazofias humanas en que nos convertimos cuando vemos más de dos euros juntos” que comenzó el blog con la crítica El Capital Humano, intento de reflexión sobre los inicios de la crisis europea en Italia, Gracia Querejeta nos presenta Felices 140. Con un planteamiento más relamido que llamativo que explotó el mítico Carlos Saura magistralmente en La caza: reunión de viejos amigos que le dejan claro al espectador que sus vidas son tan tristes que ni ellos mismos se quieren dar cuenta.

Durante la primera media hora la película funciona. Todo es extrañamente idílico, muy colorido, si el niño (Marcos Ruiz) no estuviera enamorado platónicamente de su tía (Maribel Verdú) y a esta señorita, después de ganar un pastón al Euromillón, no le hubiera dado la neura de ¿alquilar? un pedazo de chaletorro con despensa más vino caro incluido.
Entre el champán, las vistas, todos los amigos tomando el sol en la piscina y esa típica amiga pesada (Paula Cancio) que todos tenemos en algún grupo, sí, esa que habla siempre de sí misma y que lo que necesitaría es que le metieran un gran tapón de corcho en la boca, pues como que te entretienes. La presentación de los miedos y frustraciones de los personajes se maneja con pulso. Después de que se desvele el verdadero motivo de la reunión las máscaras se van cayendo poco a poco y a todos los que parecía que les iba muy bien en la vida atacan como hienas despiadadas a la endeble e inestable nueva rica. Drama servido.

Cuando todo está empezando a dar un poco de angustia ocurre algo inesperado de la forma más tonta que uno pueda imaginarse. Los personajes van mostrando su verdadera cara y todo adquiere un tono cínico. Las excelentes interpretaciones de Antonio de La Torre y la hermosa Marian Álvarez, merecedora del papel protagonista, no pasan desapercibidas. Interpretaciones que no pueden cubrir esos nada creíbles vuelcos que da la historia. El guión se camufla en la idea de que estamos frente una comedia negra ante la cual toda brusquedad está permitida. Más bien comedia absurda diría yo. Ni mi canario Pepito se creería el final, pero una se lo toma a risa mientras escucha, ya en la salida, decir a mi amigo: “Oh, me ha encantado, a esta le casco yo un ocho en Filmaffinity”. Uno de los aciertos de la película es utilizar la técnica narrativa del flashback desde su comienzo permitiéndonos sacar nuestras propias conclusiones sobre si el dinero nos proporciona esa utópica felicidad.

No estoy de acuerdo con los que dicen que Felices 140 es un fiel reflejo de la crisis. Da igual en el momento de nuestra vida en el que nos encontremos. Da igual si vivimos una de las mejores épocas de bonanza económica o no. Aunque nos hayan inculcado (a mí no, estudié en un colegio de monjas) que el dinero no es lo más importante, sabremos que allá donde esté el “vil metal” tendrá una legión de seguidores hambrientos y babosos que le harán un altar, le venerarán y le prometerán fidelidad tanto en la vida como en la muerte. Pero eso sí, carroñeros, todo quedará en familia.


España, 2015. T.O.: Felices 140Director: Gracia QuerejetaGuión: Santo Merceo y Gracia QuerejetaMúsica: Feredrico JusidFotografía: Juan Carlos GómezReparto: Maribel Verdú, Antonio de la Torre, Marian Álvarez, Eduard Fernández, Nora Navas, Gines García Millán, Paula Canci, Marcos RuizProductora: Foresta Film y Tornasol Films. Duración: 98 min. Género: Drama. Comedia negra..



domingo, 26 de abril de 2015

El último lobo



Homo homini lupus
Por Pablo Redondo.


Basada en el best seller semi-autobiográfico del escritor Lü Jiamin, que firmó bajo el seudónimo Jiang Rong, la nueva película de Jean-Jacques Annaud, El último lobo, nos traslada a la estepa mongola en plena Revolución Cultural de Mao Zedong, cuando un gran número de estudiantes fueron enviados a las zonas rurales a educar a los pastores nómadas. En este film del veterano director francés, del que muchos recordarán títulos como El nombre de la rosa o Enemigo a las puertas, vuelve a estar presente el tema de la relación del ser humano con la naturaleza, como sucedía en Siete años en el Tíbet o En busca del fuego, centrándose especialmente en el reino animal, como también hacía en El oso o en Dos hermanos. En esta ocasión, el protagonista es el lobo de la estepa, ya no sólo como personaje, también como símbolo de una realidad cultural, pues la forma de vida de la comunidad de pastores que habita estas tierras, cuyos preciosos paisajes son magníficamente retratados por el director de fotografía Jean-Marie Dreujou, depende de un equilibrio natural en el que la manada de cánidos que habitan la zona resulta ser imprescindible. El régimen de Mao Zedong, que pretende someter al pueblo nómada a la revolución cultural, intentará exterminar a la manada de lobos, perturbando así el equilibrio natural de la estepa, en el que se sustenta la cultura de esta comunidad de pastores. De esta forma, la historia de la tribu se convierte en este film en un mecanismo para denunciar, por una parte, el sometimiento del régimen y, principalmente, la falta de sensibilización del ser humano por el medio natural en el que vive. Esta cruel lucha del hombre contra el lobo, y en definitiva contra la naturaleza, es narrada por Jean-Jacques Annaud con un gran sentimiento animalista, poniendo de manifiesto la insensibilidad y crueldad humana en escenas que, apoyándose en la potente banda sonora de James Horner, hacen que a uno se le encoja el corazón. No obstante, pese a que esta fábula de sentido ecologista esté ambientada en el régimen comunista chino de los años 60, su denuncia es extrapolable a cualquier sociedad, sin importar el lugar ni la época, pues en la historia de nuestra especie el conflicto entre grupos sociales siempre ha estado al orden del día, así como el sometimiento irracional del medio ambiente para la obtención de fines humanos. Sin embargo, pese al encanto de su entramado, el film carece de profundidad en el tratamiento socioambiental del problema, al igual que le sobran algunos elementos, como la forzada y anodina historia de amor que intenta insertar o los innecesarios planos en tres dimensiones que, al fin y al cabo, lo único que consiguen es encarecer el precio del visionado en las salas.

China, 2015. T.O.: Wolf Totem. Director: Jean-Jacques Annaud. Guión: John Collee, Lu Wei, Jean-Jacques Annaud. Música: James Horner. Fotografía: Jean-Marie Dreujou. Reparto: Feng ShaofengShawn DouAnkhnyam RagchaaYin ZhushengBasen ZhabuBaoyingexige. Productora: Coproducción China-Francia; China Film / Beijing Forbidden City Film / Reperage. Duración: 121 min. Género: Aventuras. Drama.

jueves, 23 de abril de 2015

El capital humano



En nombre del liberalismo



El concepto de capital humano hace referencia a la riqueza que se puede tener en una fábrica, empresa o institución en relación con la cualificación del personal que allí trabaja. En ese sentido, el término capital humano representa el valor que el número de empleados (de todos los niveles) de una institución supone de acuerdo a sus estudios, conocimientos, capacidades y habilidades. 
                                                                                               (desde Definición ABC)



Casi nada. Paolo Virzì apunta alto, muy alto, con esta película, pero el resultado queda muy lejos de esa brillantez a la que aspira. Sirviéndose de un acontecimiento traumático (el atropello de un ciclista) consigue enlazar tres miradas que corresponden a tres personajes de clases sociales distintas. De este modo, el entrecruzamiento de los diferentes puntos de vista nos va descubriendo las claves de una despiadada trama que va más allá del esclarecimiento de las causas del accidente, reflejando la corrupción de una sociedad en la que el dinero se ha erigido como dueño y señor de nuestras vidas.

Hasta aquí, todo bien: un retrato coral que apuntala una historia sin duda interesante, en la que el espectador podrá identificar sin dificultad el universo Berlusconi y la crueldad de los tiempos que corren. No obstante, quizás sea este su problema: los personajes se presentan como arquetipos al servicio del mensaje de la película, a pesar de que las interpretaciones, en su mayoría, sean correctas, cuando no magníficas. Pero los personajes jóvenes parecen sacados de una serie mala, en ningún momento entendemos qué hace la psicóloga con el patán de su marido, muy mal definido, y el personaje al que interpreta Valeria Bruni en ciertos momentos roza lo caricaturesco. El único que se salva es el de Giovanni Bernaschi, no tanto por la interpretación de Fabrizio Gifuni como por su coherencia: allá donde hace acto de presencia, se impone su personalidad pragmática y utilitarista de tiburón de las finanzas.

Por lo demás, el tono melodramático que adopta la película conforme avanza desvía su mensaje, despista al espectador. El amorío que protagoniza Matilde Gioli, a la altura de Física o Química, aburre y cansa, al mismo tiempo que precipita un final que, admitámoslo, no es digno de la película. De este modo, el contundente mensaje que se perfila en sus inicios acaba diluido en un mar de pasiones adolescentes que ahoga toda reflexión. Una lástima.


Italia, 2014. T.O. Il capitale umano/ Human CapitalDirector: Paolo Virzì. Guión: Paolo Virzì, Francesco Bruni, Francesco Piccolo (Novela: Stephen Amidon) Música: Carlo Virzì.  Fotografía: Jérôme Alméras, Simon Beaufils. Reparto: Valeria Bruni Tedeschi, Fabrizio Bentivoglio, Valeria Golino, Fabrizio Gifuni, Luigi Lo Cascio, Giovanni Anzaldo, Matilde Gioli. Productora: Coproducción Italia-Francia / Indiana Production CompanyDuración: 109 minutos. Género: Drama. Familia. Crisis económica actual. Historias cruzadas. Drama psicológico.

martes, 21 de abril de 2015

Whiplash



El oscuro sendero de la obsesión
Por Pablo J. García.

Cada Diciembre, a manos del productor ejecutivo Frankin Leonard, se publica una lista llamada The Black List. Ésta recoge los guiones que más han gustado al resto de productores y estudios de Hollywood, pero que todavía no han sido avalados ni acogidos por ningún alma sedienta de dinero para que comience su producción. La iniciativa comenzó en 2004 y desde entonces ha ayudado a convertir en imagen y sonido a guiones de la talla de Chronicle, The Imitation Game, Looper, El Discurso del Rey, Prisioneros, Up In the Air e incluso Malditos Bastardos o Django UnchainedWhiplash se hizo posible gracias a dicha lista. Tras aparecer en la edición de 2012, el guión de Damien Chazelle se hizo con los apoyos necesarios para que, desde una versión reducida del guión original, el propio Chazelle pudiera rodar un cortometraje que triunfó en Sundance 2013, lo que conformó el interés definitivo de los estudios en su producción. Un año después, Whiplash estaba en los Oscars con críticas muy positivas a sus espaldas.

La cinta relata la historia de un joven batería llamado Andrew Newman y sus estudios en la escuela de jazz de mayor prestigio del país, abordando especialmente la relación entre Andrew y su feroz profesor, Terence Fletcher, interpretado por un J.K Simmons que está de once sobre diez, con una de esas actuaciones que trasciende el interpretar para convertirse en ser. Excepto secundarios de importancia eventual, prácticamente los únicos dos personajes de la película son el alumno y su profesor, que hace a su vez de antagonista narrativo (no tanto argumental, pues éste es más bien el propio Newman). Bajo un sistema pedagógico que bien podría tener como aforismo “La letra con sangre entra”, el vehemente profesor, en posición de dominancia total, adiestra a su empequeñecido alumno. Mediante intensas lecciones, el joven baterista Andrew Newman circulará por el mundo de la ambición desmedida, de la obsesión imbuida por el ego, para intentar lograr el hueco propósito de ser el mejor. Fletcher convierte rápidamente las ganas de superación de su alumno en una obsesión de tal calado que se sitúa por encima de cualquier prioridad en su vida. El personaje del maestro, por tanto, se aleja mucho del reiterado profesor o entrenador afable y comprensivo (podríamos decir que Terence Fletcher es la antítesis del adorable Señor Miyagi).

Ese es el tema principal de Whiplash. No la música, no la batería; la obsesión. Chazelle ha escogido apropiadamente el mundo de la música para desarrollarlo, pues este es un mundo doloroso, sobre todo cuando estás aprendiendo. Que se te abran las manos para poder llegar a los acordes del piano y de la guitarra, o que se te hagan constantemente heridas, ampollas y cayos en las palmas y los dedos debido al roce de las cuerdas o de las baquetas, duele. También es algo tenso, se toca en directo y con más gente. Además, es un mundo muy complejo. La música es una de las artes más técnicas que hay y, dado su carácter global, también tiene muchos aprendices, lo que hace que siempre exista alguien mejor. Por eso, hablar de la obsesión en la música, o en el deporte (algo a lo que estamos más acostumbrados a ver), es muy acertado para hacer un drama así. Si Newman, por ejemplo, hubiese querido ser el mejor fabricante de papel higiénico, habría salido una comedia.

Whiplash tiene un ritmo que, paradójicamente, podría adjetivarse como obsesivo, con un sentido del tempo propio de Dave Weckl. Con una elegante fotografía que combina oscuros como el negro y el marrón con algunos blancos y amarillos, y unos decorados que junto a las espléndidas escenas musicales, armonizan y aderezan cada plano, la cinta te atrapa de principio a fin al igual que la batería atrapa a Newman. Chazelle escribe y dirige Whiplash con una maestría propia de John Bohnam, otorgando a cada escena un aura que llega incluso a ser agobiante. El hecho de que prácticamente sólo haya dos personajes no hace sino que la sensación de asfixia sea mayor.

Sin embargo, Whiplash tiene carencias. No es “la película de los bateristas”, pues no retrata bien el instrumento.  El sonido pregrabado te hace en ocasiones salir del filme. Pequeñas milésimas en los golpes, pequeños matices en los acentos, hacen que todo no sea siempre natural. La película tampoco te enseña nada de batería. Eso, sumado a la sutil pero abrumadora complejidad de las partituras de Andrew, hace que el espectador normal no sea consciente de lo realmente difícil que es lo que interpreta el joven baterista. Tampoco aparece ninguna caja sorda en toda la película ni se aprecia a Newman practicar ningún rudimento. Los rudimentos son básicos en la batería, pero especialmente en el jazz, y un batería obsesionado estaría todo el día practicándolos (incluso aporrearía la mesa con las manos a la hora de comer). Se ve que Andrew está todo el día con la batería u oyéndola, pero te lo muestra de forma muy limitada. Lo único que se salva parcialmente es la cuestión del tempo, a pesar de lo imperdonable de que no aparezca ni un maldito metrónomo en toda la cinta.

No obstante estas debilidades, Whiplash se merece ser denominada (y nominada) como una gran cinta, disfrutable y atrapante de principio a fin, tanto narrativa como musicalmente. El desenlace, tan correcto como auténtico, es de obra maestra. Categoría que raya Whiplash, pero que no consigue alcanzar. Mejor película que película sobre la batería, pero sin duda gran película de música y todavía mejor película sobre la obsesión.

Estados Unidos, 2014. T.O.: Whiplash. Director: Damien Chazelle. Guión: Damien Chazelle. Fotografía: Sharone MeirReparto: Miles Teller, K.J. Simmons, Melissa Benoist, Paul Reiser, Austin Stowell, Jayson Blair, Kavita Patil. Productora: Sony Pictures Classics. Blumhouse Productions. Bold Films. Exile Entertainmen. Right of Way FilmsDuración: 103 minutos. Género: Drama. Música. Jazz

lunes, 20 de abril de 2015

Qué difícil es ser un dios




Planeta podrido
Por Pablo Redondo.


En su nueva película, el director ruso Aleksei German se inspira en una novela escrita en 1964 por los hermanos Strugatsky, en quienes ya se fijó su paisano Andrei Tarkovsky al rodar la memorable Stalker (1979). Esta novela de ficción, titulada Qué difícil es ser Dios, está ambientada en un futuro en el que la raza humana descubre un planeta habitado por personas cuya sociedad se encuentra sumergida en un período similar a nuestra propia Edad Media. Pese a que Aleksey German comenzara a soñar con su propia adaptación cinematográfica de esta obra clave de la literatura de ficción soviética desde poco después de su publicación, la serie de obstáculos con los que tuvo que lidiar a lo largo de su carrera, como la barrera impuesta por la censura de un régimen totalitario, provocaron que el director de obras como Control en los caminos (1971) o Mi amigo Ivan Lapshin (1986) no abordara su ansiado proyecto hasta que se iniciara el nuevo siglo. De esta forma, el rodaje de la última obra de German daría comienzo en otoño de 2000, siguiendo un largo y minucioso proceso de elaboración que culminaría trece años más tarde con el estreno de esta obra póstuma en el festival de Roma de 2013, habiendo fallecido su director nueve meses antes.

Qué difícil es ser un dios comienza con una voz en off que sumerge al espectador en Arkanar, un cochambroso planeta retratado en blanco y negro en el que se verá atrapado durante las casi tres horas de metraje. Es en este ambiente esperpéntico, en el que predomina la mugre y los hedores nauseabundos (recreando un universo repulsivo), donde aparece Don Rumata, un científico social enviado desde la Tierra para estudiar como mero observador a esta sociedad en decadencia. Desde su privilegiada posición en la corte de Arkanar, y considerado por muchos como un dios (a causa de las hazañas que de él se cuentan gracias a sus habilidades y conocimientos adquiridos en una sociedad más desarrollada), el protagonista observará los mecanismos de represión que sacuden a esta civilización, dominada por un régimen totalitario obstinado en acabar con todo vestigio de cultura que pueda amenazar su dominio sobre un miserable pueblo analfabeto vapuleado por la ignorancia. Sin embargo, Don Rumata, obligado a aferrarse a su condición de observador, debe abstenerse de influir en el curso de los acontecimientos, dejando entrever lo que puede interpretarse como una alegoría del suplicio que vive el intelectual que observa impotente las fechorías del totalitarismo. Consigue German con unos ocasionales primeros planos de los repelentes rostros de las gentes de Arkanar (y de genitales de animal), unas escenas con recargados interiores en las que la cámara sortea un sinfín de bártulos y muchedumbre y un no cesar de flatulencias, heces y todo tipo de repugnantes fluidos, retenernos en un desapacible planeta del que desde el primer momento sentiremos un profundo deseo de huir. No obstante, esta magnífica obra logra que todo aquél que, tras hacer de tripas corazón, resista hasta el final, se sienta gratamente recompensado.


Rusia, 2013. T.O.: Trydno byt bogom. Director: Aleksey German. Guión: Aleksey German, Svetlana Karmalita. Fotografía: Vladimir Ilin, Yuri Klimenko. Reparto: Leonid YarmolnikAleksandr Ilyin Jr.Yuriy TsuriloYevgeni GerchakovAleksandr ChutkoOleg BotinDmitri VladimirovLaura LauriPyotr Merkuryev. Productora: Sever Studio / Lenfilm Studio. Duración: 177 minnutos. Género: Ciencia ficción.

domingo, 19 de abril de 2015

Stockholm



Una película modesta bien efectuada


Leemos el título y nos evoca el estado psicológico que recibe el mismo nombre, “síndrome de Estocolmo”. Esta reacción consiste en sentir amor por alguien que te está reteniendo o haciendo daño.

A muchos esta película les parecerá previsible, austera y sin mucho argumento. Comparada con grandes obras del cine lo es, debo reconocerlo. Pero no debemos ser tan duros con este director, ya que se ha dedicado a colaborar en diversas series mediocres como Frágiles (2012), La pecera de Eva (2010), etc.,  y en dirigir otra película del género de comedia romántica española llamada 8 citas (2008), que es simplemente entretenida pero muy española. Con española me refiero a la típica comedia como 8 apellidos vascos, con la que casi todos los españoles se sienten identificados y se divierten al verla. Stockholm no tiene nada que ver con todo esto, puesto que en esta ocasión quiere reflejar un problema de la sociedad actual, concretamente de las relaciones entre jóvenes. Nos lleva hasta el extremo para hacernos ver lo que podría pasar si una situación en la que todo parece ser perfecto e incluso irreal derivara luego en una verdadera pesadilla.

El largometraje se divide en dos partes. La primera es casi insoportable, no capta la atención del espectador porque no tiene nada de especial. Es una mala imitación de Linklater en Antes de amanecer. Chico conoce a chica y pretende seducirla. ¿Lo conseguirá? ¿Convencerá al espectador? Ella al principio se muestra esquiva pero al final su actitud da un giro, de la misma manera que la de él. Sorogoyen nos muestra así la visión de un personaje femenino que es embaucado por el masculino, narrándola de una forma tan convincente que nosotros también podemos llegar a caer en sus redes.

El espectador se siente en la piel de la chica, aunque puede llegar a percibir algo que no llega a comprender y que le impide empatizar con ella hasta casi el final de la película. El personaje masculino, interpretado por Javier Pereira, juega tan bien el papel de encantador de serpientes que nos puede llegar a convencer de que realmente sí que quiere estar con ella. Aunque todo se transforma media hora antes de que finalice la película, haciendo que el argumento dé un giro de 360°. En cuanto a ella, Aura Garrido, al principio parece que esté sobreactuando pero a lo largo del film nuestra percepción cambia y se convierte un personaje real que siente y padece. Podemos sentir su dolor.

Durante toda la película podemos ver la armonía y los contrastes entre dos colores tan opuestos como son el blanco y el negro. Y diréis ¿armonía entre el blanco y el negro? Sí. Representan una relación de amor-odio. Por un lado, el negro representa lo negativo de la historia y por el otro, el blanco lo positivo y purificador, ambos nos transmiten mensajes sin que nos demos cuenta. El blanco, símbolo de la pureza y la castidad, ocupa un papel importante a lo largo de todo el film, identificándose con el día y con el personaje femenino. El negro, por el contrario, no toma parte importante en la pantalla y se vincula con la noche y con el personaje masculino, como símbolo de negatividad y engaño.

Desde el primer momento la banda sonora me cautivó por la sensibilidad con  la que transmite lo que está sucediendo en cada momento. Los silencios también son importantes y crean tensión en el espectador.

A pesar del final predecible, la forma en la que aparece expuesto es chocante; la armonía de blancos y el posterior contraste con el negro de la ausencia de imagen que se produce en la última escena, me parece sorprendente. 

España, 2013. T.O.: Stockholm Director: Rodrigo Sorogoyen . Producción: Caballo Films/Tourmalet Films/Morituri . Fotografía: Alejandro de PabloDuración: 90 minutos. Drama romántico


viernes, 17 de abril de 2015

Fuerza mayor




Alerta, problemas en el paraíso
por Davina Santos.


¿Cuál sería su reacción si, durante una estancia en los Alpes, un alud se precipitara imparable sobre usted y sus hijos? Seguramente, responderá que su reacción sería como la de Ewan McGregor en Lo imposible: agarraría a sus hijos y, sin titubear, saldría corriendo en dirección contraria. Todo un ejemplo de buena conducta, es usted un ciudadano ejemplar, le respondería Öslund, con sorna.

Sin duda, esta película nace como respuesta a la de Bayona. El planteamiento, de nuevo, es sencillo: una pareja decide relajarse contratando una estancia de cinco días en un resort francés (ya que esta parece ser la única manera de pasar tiempo en familia), pero las cosas no salen según lo esperado. Los compases de “El verano” de Vivaldi imponen un ritmo subyugante a una tensión trenzada con una sutileza bergmaniana que avanza in crescendo hasta el advenimiento del momento clave, en el cual un alud interrumpe la comida de los personajes para desatar el pánico y sumir la pantalla en el blanco más absoluto.

Mas esta es una producción puramente sueca, y los personajes reaparecen minutos después para volver a sentarse a la mesa, compungidos. Resulta que la avalancha había estado controlada en todo momento (según dicen después, aunque esto no queda claro) y que lo que habían visto abalanzarse sobre ellos no era más que una gran cantidad de “humo de agua” que se había desprendido de la misma. No obstante, no se ríen de lo ocurrido: algo ha cambiado para siempre en el seno de la aparente familia idílica.

Así, con un humor negro que eleva el componente dramático de la película, aprendemos a través de diferentes conversaciones lo sucedido durante la avalancha, que es que Tomás, el padre, ha huido despavorido, dejando a su familia sola ante el peligro. No obstante, su orgullo le impide admitirlo. Él es el cabeza de familia, el patriarca. ¿Qué pensarán los demás si admite que huyó, preocupándose únicamente por salvar el iPhone y los guantes?

Por lo pronto, una de las compañeras de viaje de la pareja opina, desconsolada, que su novio reaccionaría de la misma manera. La otra, más liberal y descreída, prefiere no hacer declaraciones al respecto, pero se palpa la incomodidad en un ambiente de tintes hanekianos. ¿En qué nos estamos convirtiendo? es la pregunta que subyace. La reacción de Tomás parece justificarse con el hecho de que nadie sabe cómo puede reaccionar en una situación límite, pero la idea que se desprende de este afán de relativizarlo todo es que vivimos en una sociedad en la que cada uno mira únicamente por sí mismo y que la vida es un eterno “sálvese quien pueda”.

La más joven de las acompañantes afirma que, aunque confía en su novio, un divorciado que supera ya la cuarentena, pertenecen a generaciones muy diferentes, y que, mientras que la suya intervendría, la de los nacidos en los 70 se desentendería. Sin embargo, ¿de verdad creemos que esos niños que se encierran en el cuarto y que repudian a sus padres tras cada discusión, aferrándose a sus pantallas, algún día verán más allá de su ombligo? Lo más probable es que adopten la actitud de su padre, que también encontramos reflejada (si bien de una manera mucho más cínica) en el personaje que interpreta Waltz en Un dios salvaje, de Polanski.

En definitiva, la verdadera esperanza reside en la madre, que precipita la catarsis de su abochornado marido (la profecía del gurú pelirrojo se cumple, al final sólo necesitaba gritar, aunque fuera entre sollozos) y permite su particular redención al desaparecer durante un momento para que él pueda sentir que vuelve a tener las riendas de la familia en el momento en el que la encuentra, convencido de que “lo logramos”, aunque haya dejado a sus hijos desamparados en la nieve mientras la buscaba.

Por último, el controvertido final, que me abstengo de reseñar, es digno del mejor Buñuel y pone la guinda a lo que es una ácida crítica a una Europa moderna, tan liberal, tan avanzada, que ha enterrado los valores humanos bajo vistosas capas de nieve artificial. Que viva el progreso.


Suecia, 2014. T.O. Tourist / Force MajeureDirector:  Ruben Östlund. Guión: Ruben Östlund Música: Ola Fløttum.  Fotografía: Fredrik Wenzel, Fred Arne WergelandReparto: Johannes Kuhnke, Lisa Loven Kongsli, Vincent Wettergren, Clara Wettergren, Productora: Plattform Produktion / Swedish Film Institute / Film I Vast / Essential FilmproduktionDuración: 120 minutos. Género: Drama. Familia.

jueves, 16 de abril de 2015

Mommy



Born to "Die" (Nacido para "Die")
por Laura Montesinos.


Después de que su ópera prima (J'ai tué ma mère) estableciera una declaración de principios de lo que iba a ser su posterior cine, con Mommy (Canadá, 2014), Dolan ha conseguido canalizar toda esa frustración post-adolescente de su primer largometraje y madurar el tema más recurrente en su filmografía: la figura materna, la cual le obsesiona y fascina a partes iguales.

De este modo, y con una solemnidad casi bíblica, realiza un estudio pormenorizado de la relación de dos seres humanos (madre e hijo/Die y Steve) inestables emocionalmente y que chocan con una terrible pasión y virulencia que pone al espectador los pelos de punta. Y luego, de la misma manera que abre la caja de pandora de las emociones más profundas, consigue desplegar todo un muestrario de buenas intenciones que nos hace empatizar con los personajes, nos engaña, nos hace amarlos, llorar y reír con ellos al son de un maravilloso soundtrack que hilvana la película de principio a fin. 

Y es en ese preciso instante cuando aparece en escena Kyla, la misteriosa vecina que observa desde su ventana a modo de espectador externo a la trama la extraña relación madre-hijo, sin censura, rayando en ocasiones lo incestuoso, y se engancha a ellos como lo hacemos nosotros. Porque Die y Steve tienen ese poder magnético que únicamente tienen algunas fuertes personalidades. Y cuando nos damos cuenta de todo esto ya es demasiado tarde: hemos caído en la trampa anímica del director. Y nos importa bien poco el encuadre claustrofóbico en que está grabado el filme. Y sin quererlo (o queriendo), entramos en el juego de la vida, de las relaciones humanas, de los sentimientos contrapuestos, de las tardes en bicicleta por las calles de Quebec, de las risas cómplices de sus protagonistas; y descubrimos, a fin de cuentas, que seguimos vivos.

Y junto a Kyla, nos vamos de viaje con ellos, aceptamos sus normas y dejamos atrás, aunque por unas horas, una vida que, en su caso, lo único que le provoca es un acentuado tartamudeo. Y la pantalla vuelve a hacerse grande y se respira libertad. Y corremos. Y jugamos. Y vemos el mar. Y es todo lo que se puede decir de tres personas que, a modo de ménage à trois, exploran sus más primarios instintos, equilibrándose y complementándose de la manera más extraordinaria. Pero, como en cualquier historia de excesos, ese extraño y frenético equilibrio terminará cayendo si cae alguna de sus partes, como si ante un frágil castillo de naipes nos encontrásemos. Y es ahora cuando les toca a ustedes decidir si aceptan o no el reto. Pasen y vean. 


Canadá. 2014. T.O.: Mommy. Director: Xavier Dolan. Guión: Xavier Dolan. Música: Eduardo Noya. Fotografía: André Turpin. Coproducción: Canadá-Francia: Metafilms. Reparto: Anne Dorval, Antoine-Olivier Pilon, Suzzanne Clément, Alexandre Govette, Patrick Huard. Duración: 139 minutos. Drama. Familia. Distopía.

miércoles, 15 de abril de 2015

Cabeza borradora



Borrar, borrar y borrar
por Alba Varón.



Después de esto creo que mis pesadillas son sueños maravillosos. Quizá no la haya entendido, quizá sí. Cabeza borradora, del aclamado y odiado director David Lynch podrá no gustarte, pero no te dejará indiferente. Si lo que se proponía era hacer vomitar al espectador, conmigo casi lo consigue. Lo que no quiere decir que sea malo. Tan insensibilizada estoy ya que solo las películas con escenas verdaderamente crueles (concretando el significado de la palabra) o asquerosas (también matizando el significado) pueden revolverme el estómago. Cabeza borradora lo ha logrado. Como tengo poco tiempo para utilizar la televisión del salón, la vi alrededor de las ocho y pico de la mañana, grabada del canal TCM (arriba la publicidad al canal que tantos buenos momentos me ha dado), lo que me llevó a tener un día de mierda y a experimentar toda clase de pesadillas a lo Marilyn Manson por la noche. Después de esta preciosa película se me pasó por la cabeza ponerme a escuchar la discografía de Rammstein para terminar perturbada lo que quedaba de semana. Lo de Rammstein no era por nada, me acordé de que en la incomprendida película Corazón Salvaje, Lynch utilizaba a estos señoritos de traje y corbata para la banda sonora. Ahora todo encajaba. Si el universo de Cabeza Borradora te lleva a querer escuchar todo tipo de género industrial es por algo, porque ambas cosas te transmiten miedo. Lograr transmitir miedo es un arte. Y que me dé miedo algo solo lo logran dos cosas: los humanos y los aviones. Por eso es tan espeluznante observar cómo Lynch juega con las pesadillas humanas a ese nivel de genialidad y a modo kafkiano. Era la película preferida de Kubrick, por algo será.

La película nos ofrece un lápiz y una goma para borrar algunas partes de nuestra memoria. El deseo de omitir la voz de nuestra conciencia después de cometer un acto moralmente cuestionable. Esto es lo que desea el protagonista, borrar borrar y borrar. Eliminar de su vida ciertos momentos que jamás deberían haber sucedido. Pero no lo logra y ahí comienza su frustración. Aparecen una y otra vez sus pesadillas, pulsiones reprimidas, el dolor. Quien no sienta todo tipo de sensaciones al ver a la mujer del radiador o a ese feto tan asqueroso que a mí ni se me acerque. Porque aparte de estar asfixiándome durante todo lo que dura la película, experimenté un sentimiento de angustia espantoso cada vez que salía cualquier personaje en la pantalla. El actor que hace de Henry está genial, mirad qué ojitos pone cada vez que ve a su nene, es tremendo. Y qué decir de la música. Creo que la película no tendrá ni más de diez minutos de diálogo, pero la música actúa como un personaje más. Corrosiva, al igual que las paredes de los edificios por los que deambula Henry al comienzo, y hermética, como esa especie de planeta/luna que es su mente enferma. 

Después de ver Cabeza Borradora creo entender lo que es el infierno o, lo que es peor, que el infierno está dentro de nosotros.  


Estados Unidos, 1977. T.O. EraserheadDirector:  David Lynch. Guión: David Lynch Música: Peter Ivers.  Fotografía: Frederick Elmes. Reparto:Jack Nance, Charlotte Steward, Allen Joseph, Jeanne Bates, Judith Anna Roberts, Darwin JostonProductora: The American Film Institutess. Duración: 90 minutos. Género: Fantástico. Drama. Cine experimental. Surrealismo.


lunes, 13 de abril de 2015

Harry el Sucio



Los viejos rockeros nunca mueren
Por Federico Gadea.


Harry el Sucio. Éste film es tomado en no pocas ocasiones como el punto de arranque hegemónico de lo que será una figura titánica dentro de la industria del celuloide, una declaración de las futuras intenciones con sus tintes y matices que marcarán la trayectoria de Eastwood. Y es que con tan sólo pronunciar su apellido nos vienen a la mente cientos de interpretaciones en miles de minutos condensados plásticamente, una especie de constelación donde esos puntos o interpretaciones brillantes no son inconexos, sino que comparten un mismo patrón. Sí, amigos, ya sea con un poncho o en sus últimos papeles en plena senectud, Eastwood es un tipo duro, muy duro.

Como no podía ser menos, Eastwood interpreta a Harry Callahan, un policía recio donde los haya, tanto por su carácter como por sus métodos a la hora de impartir “justicia”, los cuales siempre están al límite de la legalidad, siendo casi más un forajido que un agente de la ley. Es más, dicha condición de antihéroe no hace más que evocar al superhombre de Nietzsche; y no, no nos referimos al hombre de la capa roja y ropa interior por fuera, sino más bien a alguien con unas propias convicciones y normas morales que se apartan a veces de lo políticamente correcto y que prefiere actuar frente a los avatares. Lo importante es siempre la acción. Si tienes un atasco en las tuberías o basura que sacar, Callahan es tu hombre. En Harry el Sucio, el espectador se puede encontrar con todo tipo de tintes y clichés no sólo del cine, sino de la cultura y la sociedad americana por doquier, arquetipos repetidos hasta la saciedad en muchas otras películas de los años 70 hasta la actualidad o incluso series. Merece especial atención no sólo la materia, sino la forma en su tratamiento. Puede ser considerada un hito del cine de acción, concretamente de las policíacas, donde se ha asentado la fórmula de la extraña pareja de detectives tan dispares que acaban complementándose y atrayéndose como polos magnéticos de una batería. En la retina de todos permanece el recuerdo de míticas parejas como en Arma Letal, Tango y Cash, Seven o incluso en series como Corrupción en Miami o la incontestable True Detective.

Pero el film no sólo son tiros y acción, como se puede encontrar en los tan tediosos blockbusters actuales; da un paso más allá, ofrece una lectura interna profunda, ya que muestra una clara preocupación. Don Siegel logra crear una atmósfera en su película la cual pretende ser una crítica profunda, bajo un contexto o momento de crisis, curiosamente son las peores y cuasi horas bajas del cine, atrás queda la vanagloriada época dorada de Hollywood de décadas anteriores, que enlaza con una situación de crisis política y moral de EEUU. Puede que de todas las crisis aquellas en las que el ser humano parece inefablemente condenado a verse horrorizado ante situaciones en las que sus ejes vitales, su sistema de valores y sus puntos de referencia morales son derribados sean las peores. La preocupación es evidente, estéticamente se acerca al espectador un mismo mundo con dos realidades bien distintas, un mismo plano con dos enfoques contradictorios, primando los contrastes. Por un lado lo pulcro, lujoso de los despachos y, por otro, lo oscuro, lo marginal, lo subterráneo. Nos muestra una ciudad plagada de miseria, de corrupción, de delincuencia, de seres nocturnos, maleantes y prostitutas. Muestra de ello es que en una escena el capitán de la policía se está probando un traje impoluto mientras Harry está sudando detrás del asesino, pasando a una reflexión a modo de chascarrillo de por qué le llaman Harry el sucio donde la luz del día tiene la misma importancia que la infinita oscuridad, alegoría de que el Sueño Americano plagado de cafeterías de comida rápida, institutos, estadios de deportes por la noche tiene un uso diametralmente opuesto. Una visión dantesca de la realidad, un personaje que emprende un viaje en el que el fin no es atrapar a un delincuente, sino más bien salvar su alma o lo poco que queda de ella, un descendo ad ínferos, donde cabe destacar una toma que baja por el túnel del metro y al final ve una luz, tratando de salvar a una víctima hasta dar frente a una cruz enorme redentora donde le aguarda el pecado.

Como no puede haber un héroe sin su némesis, o una tesis sin su antítesis, Andrew Robinson interpreta de forma desmedida e inconmensurable a Scorpio, personaje dentro de este rastro mitológico vemos la clara influencia que tuvo en un film bastante posterior como es Zodiac. Dicha interpretación, al alcance de muy pocos, hace que se convierta en el leitmotiv del protagonista: no se entiende a uno sin el otro y parecen claros opuestos, ya que lo único que legitima a uno de ellos es el uso de una placa. Ese delincuente fuera de lo común que anda suelto por la ciudad de San Francisco tan solo puede ser detenido por otro monstruo. Scorpio, ese psicópata, inestable, caótico, una fuerza arrolladora pero que guarda coherencia dentro de ese caos. Dentro de esa impronta que ha dejado el film, si lo analizamos con perspectiva, la relación entre Harry y Scorpio ha llegado a perpetrarse y tener progenie, como si se alargara en el tiempo hasta llegar a la que tienen Batman y el Jocker en la última adaptación del Hombre murciélago de Christopher Nolan, puede que imaginemos a Heath Ledger revisionando el grito perverso de Andrew Robinson para contagiarse de su locura.

En definitiva y parafraseando a otra película de tipos duros, es una película que debería estar en un museo al igual que sus actores, ya que para muchos quedará grabada la imagen de Harry empuñando su magnun del 44 y su ya célebre frase: “Vamos, alégrame el día”.

Estados Unidos, 1971. T.O. Dirty Harry. Director:  Don Siegel. Guión: Harry Julian Fink, R.M. Fink, Dean Reisner. Música: Lalo Schifrin.  Fotografía: Bruce Surtees. Reparto: Clint EastwoodHarry GuardinoReni SantoniJohn VernonAndy RobinsonJohn LarchMae MercerJohn MitchumWoodrow ParfreyJosef Sommer. Productora: Malpaso Company / Warner Bros. Pictures. Duración: 102 minutos. ThrillerAcción | PolicíacoCrimenAsesinos en serie.